Agripina Montes del Valle "La Musa del Tequendama"
- JUAN VILLARRAGA PEREZ
- 30 may 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 31 may 2024
“Hay en tierras antioqueñas / en las breñas, / en las peñas, / en las cañas / y espadañas / de montañas, misteriosas y encumbradas / tantas veces ignoradas, / tantos cantares perdidos, / tantos ecos dormidos / al compás y golpes rudos / del constante batallar”

A mi gran amiga Agripina Montes del Valle, “La Musa del Tequendama”
Por: Juan Darío Villarraga Pérez
“Si los valles son extensos los montes son elevados”, ostentaba como defensa mi gran amiga, la poeta Agripina Montes del Valle, ante el chascarrillo de un poeta amigo cuyo nombre no vale la pena recordar. Supongo yo que este pícaro intelectual encontraba gracia, o quizá envidia, que, de una mujer de tan baja estatura brotaran poemas tan magnos. Y es que así fue ella: una mujer de letras, plumas y coraje. Aunque confieso, eso sí libre de envidias, que para mis adentros pensaba: lo que le falta a Agripina en altura le sobra en verso.
Como esta, que a título personal es su obra más sublime y a la cual poco o nulo reconocimiento se ha dado por parte de los historiadores de la literatura y el periodismo, pues el crédito se lo llevó Tomás Carrasquilla, ya que el poema hace parte de su libro “La Mirada al viento”. Agripina Montes del Valle, encantada con la idea de un libro para enaltecer los paisajes antioqueños, accedió a escribir la entrada sin imaginarse que Carrasquilla se llevaría toda la gloria. Pero...qué les puedo decir...en el fondo, Tomás nunca me simpatizó del todo.
“Hay en tierras antioqueñas / en las breñas, / en las peñas, / en las cañas / y espadañas / de montañas, misteriosas y encumbradas / tantas veces ignoradas, / tantos cantares perdidos, / tantos ecos dormidos / al compás y golpes rudos / del constante batallar "
Ay, Agripina, siempre dijimos los dos que esas no fueron penas; tus poemas y tus logros fueron más grandes que esas montañas encumbradas. Recuerdo cuando emocionada, aquel enero de 1854, atravesaste la calle principal de Salamina para contarme que te ibas a Bogotá en calidad de interna, a estudiar en el Colegio de la Merced, que recién había sido fundado en 1832. Además de aprender a bordar sábanas y carpetas, esa ciudad, que no te fue ajena, te permitió conocer a "esos mosaicos" que te habían publicado meses antes de tu llegada.
Y llegaste con tan solo 20 años, y un corazón vagabundo, como lo cantan Garzón y Collazos, Agripina. Y para la coyuntura no eras todavía del Valle, sino Montes Salazar y ya tenías contigo tus tres primeras publicaciones: “A mi amiga: la sensible poetisa Leonor Blander”, “El 27 de noviembre” y “Recuerdos de una tarde”, todos publicados en la revista bogotana El Mosaico. Aquella que con gran devoción me hiciste llegar a Salamina en conjunto con tus cartas, donde me contabas que habías conocido a los fundadores de la revista: José María Vergara y Vergara el periodista y Eugenio Díaz Castro el que escribió Manuela, mi novela preferida.
Para 1865, en el deber ser de la época, te habías casado con el periodista y poeta Miguel María del Valle Lince, con quien fundaste una familia numerosa en tu Manizales del alma. He de confesar que su familia política nunca me agradó del todo. Sobre todo, tu suegra, vieja urraca que siempre nos miró por encima del hombro, pero de la que nos reímos a escondidas, por su caminar chueco y esa vista de topo camuflada por esas antiparras de culo de botella.
Sin embargo, Agripina, siempre estuviste por encima de toda hostilidad. Tu sensibilidad ante la vida cotidiana de las masas te sirvió para vestir al salto del Tequendama de chal y ganar con tu poema “Oda al Tequendama” tu publicación en la antología “El Parnaso colombiano”, editada por Julio Añez en 1887. Sin embargo, digo yo que para ti no hubo mejor reconocimiento entre tanto encopetado que le escribió al Tequendama, que tú fueras apodada “La musa del Tequendama”.
“Yace por salvar la patria” escribiste en un juego de palabras mi querida Agripina al enaltecer el nombre de otra mujer igual de grande a ti, Policarpa Salavarrieta. Así diste a luz a uno de tus últimos poemas, y orgullo a todo Salamina, para aquellos tiempos, capital de la provincia del Sur del Estado Soberano de Antioquia. Con tu pluma fuiste ganadora, en 1889, de la medalla de honor en Chile con tu poema “A la América del Sur”, con el que dejaste el nombre de nuestro país en lo más alto de la poesía latinoamericana.
Esto nunca te lo dije, pero a mi modo de ver siento que tus mejores años los viviste en tu viudez. Miguel María, tu esposo, siempre te reclamó por atender más a los poemas que a lo hijos. Por eso, en 1887, cuando me contaste que te ibas a vivir a Santa Marta como directora de la Escuela Normal, y que ese mismo año tu “A la América del Sur” sería publicado, fue inevitable pensar: Miguel María lleva un año de muerto y Agripina un año de logros.
Para 1893, Agripina, obtuviste la dirección de otro colegio, en el municipio de La Mesa, Cundinamarca. Cuando te leí dándome la noticia invadió un orgullo tan grande. Mi amiga, no solo era una gran poetisa, era una educadora preocupada por el rol de la mujer y su acceso al conocimiento. Publicaste en diferentes periódicos y revistas a lo largo de tú carrera como escritora. Entre ellas recuerdo tus contribuciones a El Oasis, periódico literario de Medellín, y La Pluma, periódico literario de Bogotá, así como La Patria.
También hiciste parte de la revista La Mujer, de la gran Soledad Acosta de Samper, y de las revistas Colombia Ilustrada y Gris. En estas publicaciones compartiste espacio con los grandes escritores y poetas de la época, como Jorge Isaacs, José David Guarín, Santiago Pérez, Enrique Álvarez, Luis Carlos Pradilla y Rafael Pombo. ¿Ya qué más podías pedirle a la vida? Después de esto uno puede morir tranquilo.
Recuerdo el comentario de Rafael, que, con toda la intención de enaltecerte en su escrito “Las Sacerdotisas”, te describió, a ti y a otras, como esas mujeres escritoras que, aún sin público, se supieron destacar en las letras. Quizá un poco subvalorado el comentario de Pombo: “otra condición de desigualdad que padecen las mujeres escritoras: no tienen lectores: Muchos otros, y quizás otras, de los que nada sepan de ella, lo cerrarán al punto, diciendo con desdén: “Ah! Versos de mujer” por leídos " será que Rafael las vio como unas pobres viejecitas, sin saber que eran en realidad, ustedes, unas mirringas mirrongas de las letras.
Sin duda alguna tu gran talento, sensibilidad y carisma te abrieron las puertas de los círculos de intelectuales como Soledad Acosta de Samper, Leonor Blander o Agripina Samper de Ancizar quien prefería ser llamada Pía Rigán, entre otras escritoras y poetas de la crema y nata bogotana. Pero, diría yo que, fue tu gran nobleza la que logró impactar a las amas de casa de a pie que te leían en periódicos y en revistas femeninas. Tu obra estuvo inspirada en la muerte, en las amigas y en las mujeres.
Te nos fuiste un 12 de mayo de 1912 en Anolaima, pero no Tolima sino Cundinamarca, después de una vida más que plena, larga y llena de triunfos. Y ahora sí, como dijo Pombo: “Y esta pobre viejecita al morir no dejó más” que, en tu caso, joyas literarias, obras, prosas, versos y hasta más.
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