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Perfil de Joaquín Pablo Posada

  • Foto del escritor: Juan Pablo Angarita Bernal
    Juan Pablo Angarita Bernal
  • 30 may 2024
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 31 may 2024



En 1849 a Colombia la llamaban “La Nueva Granada” y los que vivían en el país se conocían como “neogranadinos”, no como colombianos. Bogotá sí era la capital y, al igual que hoy, era el lugar donde se ejercía el poder, la tierra a la que muchos jóvenes llegaban a formarse y a buscar progreso.


En julio de ese año, Bogotá abrió las puertas de una de sus improvisadas cárceles para dar libertad a Joaquín Pablo Posada, un joven de 23 años, abogado del colegio San Bartolomé, con talento sobresaliente para el humor y la poesía que, en ese entonces, se escribía en versos rimados. 


El talento de Joaquín Pablo para hablar de cualquier cosa con sus versos podría ser comparable con un rapero del siglo XXI. Sus creaciones estrujaron a la sociedad bogotana. Cronistas e historiadores han dicho que creó un caos comparable al del terremoto de 1785. Ante la pluma de Posada unos lloraban de rabia y otros de angustia.  


Ese año, 1849, Joaquín Pablo Posada pagó seis meses de cárcel y de ahí salió con un apodo que lo acompañaría el resto de su vida, “El Alacrán”. Joaquín Pablo no era rico, era abogado mendigo. No era bogotano, era cartagenero, hijo del general Joaquín Posada Gutiérrez, quien acompañó a Bolívar en sus últimos días. Aunque hijo de conservador, Joaquín Pablo tenía pensamiento liberal, entendía inglés, francés e italiano y acompañaba sus faenas bohemias con cantos a lo andaluz junto al piano o la guitarra”. También hay que saber que lo que hizo revolucionó el periodismo, o la publicidad, que eran casi el mismo oficio, y que no lo hizo solo: desde el primer número, se le unió su primo-hermano Germán Gutiérrez de Piñeres, el otro alacrán. 


EL ALACRÁN 


El Alacrán fue un periodiquito de gran formato que no tenía más de ocho páginas. Una publicación corta con pensamientos sobre su mundo. Un fanzine, dirían hoy. No se sabe mucho sobre los motivos de Posada para sentarse a escribirlo y para publicarlo como lo hizo, aunque, lo que escribió diez meses después de salir de prisión, en mayo de 1850, a sus 24 años, arroja ciertas luces: 


El Alacrán fue una locura de un joven de 23 años, pobre y en desesperación; fue un grito de reconvención lanzado contra una sociedad que me abandonaba, que se negaba a darme pan y abrigo en cambio del trabajo que yo le ofrecía. Hay momentos en la vida de un hombre - en la vida del joven que se ve solo y desvalido, del joven orgulloso que no quiere mendigar, - momentos de angustia imponderable, de dolor supremo, de profundo desaliento, de amargura infinita, en que perdiendo toda esperanza de dicha en este mundo, se aborrece a sí mismo, reniega de la sociedad y odia y maldice la existencia. En uno de esos momentos visitó el hábito de monje Fray Luis de León; en uno de esos momentos se suicidó Larra; en uno de esos momentos vino a mi mente la maldita idea de escribir El Alacrán.”

 


Cuando terminó de escribir El Alacrán, Joaquín Pablo le contó la idea a su primo y amigo del alma Germán Gutiérrez de Piñeres. Este agregó un par de cosas y se unió a la empresa editorial. Ninguno de los dos firmó el puñado de versos satíricos y venenosos que se disponían a publicar. Así salió el número uno: primero, con un cartel de expectativa que amontonaba curiosos en las calles pantanosas de toda Bogotá esa mañana del 28 de enero de 1849. Luego, el periodiquito mordaz que provocaba la ira de muchos y se vendía como pan caliente en el reputado negocio de Pacho Pardo.



No se sabe qué habrá sentido Posada ante el telúrico efecto de su obra. Sí se sabe que no fue miedo porque se quedó a asumir las consecuencias. Los afectados por la publicación, comerciantes y aristócratas principalmente, buscaban con desespero al autor de El Alacrán. Al día siguiente del lanzamiento, Pacho Pardo renunció como distribuidor y ofreció disculpas al argumentar que no sabía en qué se estaba metiendo. Dos días después, el 30 de enero, varios hombres armados llegaron a la imprenta exigiendo la identidad del responsable del periodiquito. Vicente Lozada, el impresor, sabía que sin una orden judicial no estaba obligado a revelar nada. En cambio, imprimió una hoja por su cuenta en la que denunciaba el ataque con los nombres de quienes alcanzó a identificar: Diego Suárez Fortoul, Salustiano Leiva, Dr. Ignacio Ospina, Atanacio Rendón e Hipólito Pérez.




Joaquín Pablo escribió su periódico al leer su entorno. El peso y el filo de su prosa incomodó a varios neogranadinos e inmortalizó su nombre en la historia del periodismo colombiano. La imagen de artista incómodo que proyecta su obra tuvo su fuente en las noticias que llegaban de otro continente.  


Desde Francia llegaban los vientos de la insurrección popular que obligó al rey Luis Felipe I a abdicar en 1848 para dar paso a la Segunda República Francesa. En el mismo año, Marx y Engels publicaron el Manifiesto comunista. Aquí en La Nueva Granada apenas se estaban creando los partidos conservador y liberal. El Alacrán se publicó entre enero y febrero. Las elecciones para elegir presidente serían en marzo. Hasta enero, los más opcionados a ganar eran los conservadores Joaquín Gori, Rufino Cuervo y Mariano Ospina Rodríguez. La postulación del general liberal José Hilario López fue inesperada; sin embargo, este terminó ganando. Los alacranes, con su periodiquito, tuvieron mucho que ver. 


Joaquín Pablo empieza el editorial del primer número diciendo que no pertenecen a ningún partido político, que su intención es reír y hacer reír, reformar las costumbres, mostrar a los lectores la verdad desnuda. Con estas consignas se tomaron el derecho de atacar a la gente de clase alta, en su mayoría conservadores, desde ángulos políticos y personales, sin el más mínimo pudor.


El sargento mayor Patricio Armero fue apodado Tuerto Armero en las páginas de El Alacrán. Según él, también fue calumniado, por eso los demandó. Patricio alegó que no era cierto que él estuviera enamorado de su propia hija, Luisita Armero. Su honor de ex combatiente junto a los reputados General Maza y Bolívar se veía amenazado con las afirmaciones de Joaquín y Germán, que entre otras, también dijeron en sus versos que Luisita era muy bella, sobre todo su seno. 


En el primer número de El Alacrán, con un artículo titulado “Ojeada e invitación”, Posada dijo que los escritores públicos eran ignorantes y señalaba que, los que escribían en periódicos liberales, creían que iban a arrancar los votos que la presidencia actual había conseguido para el candidato Rufino Cuervo. También apuntaba que los escritores de los periódicos conservadores, creían que iban a cambiar la opinión de la juventud franca, leal, valiente y decidida con “un articulón del Santo Doctor Mariano Ospina, o algún indigesto trozo de progreso, redactado según dicen por el monigotillo Torres, mignon del Arzobispo”. 


El artículo remató insinuando que si ganaba Cuervo sería por favores de la administración actual y si ganaba el candidato liberal sería por un milagro. En caso de que se diera lo primero, ellos, los alacranes, estarían perdidos. Con este remate, el texto criticó a ambos bandos pero al final se inclinó por uno, el “milagro liberal”. El Alacrán deslizó opiniones con un ingenio que después reconocerían hasta sus rivales. Entre los siete números del periódico, hay dos títulos recurrentes: “Ensaladillas”, que son largas rimas en donde Joaquín Pablo se burla y cuenta chismes de la cachaquería bogotana, y “Comunismo”, en donde los alacranes hacen lo que hoy se conoce como “echar línea”, opinan en términos positivos y aspiracionales sobre el concepto definido en Europa por la pluma de Marx y Engels.


El animal creado por Joaquín Pablo, esa fórmula de humor, opinión y chismes locales escritos por parias aparentemente desmarcados de partidos políticos, ayudó a que en La Nueva Granada tomaran fuerza las ideas revolucionarias de la Europa de mitad del siglo XIX. El aguijón de El Alacrán picó en varios cerebros. El candidato liberal José Hilario López ganó las elecciones presidenciales con 725 votos, Gori quedó de segundo con 384. Los editores del bicho reptil quedaron en la cárcel a la espera de un milagro. 


Las cárceles de la época eran construcciones sencillas, algunas de dos plantas, de paredes y techos en mal estado. Poco se hacía contra la humedad y el frío, se usaban grilletes para amarrar los cuerpos. Se comía poco y se disputaba el aire con asesinos o bandoleros de toda clase, edad y proveniencia. Salir con vida de prisión era poco probable. José María Cordovez Moure en sus Reminiscencias de Santafé y Bogotá dice sobre el sistema penal de la época que: 


“No podía ser más deplorable e inhumano el tratamiento que se daba entre nosotros, no solo a los reos rematados, sino a los detenidos o enjuiciados. (...) se buscaba el castigo del culpable y no la enmienda. (...) parecía que se tuviera especial cuidado en extinguir los sentimientos nobles que sobrevivieran en los reos”.   


Seis meses eternos pasó Posada junto a su primo en la cárcel. Salieron porque el 20 de julio de 1849, el ya presidente José Hilario López, expidió el indulto para todos los presos por delito de imprenta. Los alacranes libres eran igual de pobres pero más odiados. Cierta parte de la sociedad no quería ni que los mencionaran.  


A Joaquín Pablo lo mantuvo por unos meses la familia de su novia Inés Morales. Durante esos meses se casaron y tuvieron un bebé. Ser esposo y padre supondría un cambio en la vida errante de Joaquín. El presidente le ofreció la redacción del periódico oficial llamado 7 de marzo. Ahora sí defendería de frente la bandera liberal con ataques y respuestas directas a los periódicos conservadores “El día” y “La civilización”. Las “Ensaladillas” y el humor satírico que hizo en El Alacrán, lo trasladó a La Jeringa, periódico local que dirigió junto a José Caicedo Rojas. 


En este punto sería bueno decir que Posada siguió ejerciendo estos nuevos cargos y que vio crecer a sus hijos hasta que se hizo viejo como periodista satírico pero… no. Hay vidas que no soportan que el viento suave les de en la cara. El artista en cuestión hacía sus propios torbellinos. Apenas en enero del siguiente año, 1850, Joaquín Pablo se vería envuelto en un problema de armas con versiones varias que lo acusaron de asesinato.

 


 
 
 

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