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Rafael Uribe Uribe

  • Foto del escritor: Juan Pablo Angarita Bernal
    Juan Pablo Angarita Bernal
  • 30 may 2024
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 30 may 2024

Por María Paula Vargas Rodríguez

 

Las siembras de maíz jamás habían sido tan prósperas para la familia Uribe como en aquel mes de abril de 1859. En el municipio de Valparaíso, en la majestuosa hacienda El Palmar, Don Tomás Uribe Toro recibió con inmenso júbilo la cosecha más anhelada tanto por él como por doña María Isabel Noguera: el nacimiento de su sexto hijo, Rafael Víctor Zenón Uribe, cariñosamente llamado "Rafaelito". En el seno de una familia católica y liberal, el niño fue bautizado el 14 de agosto por el presbítero Juan de Dios Uribe. En sus primeros años, Rafael fue educado en casa por su madre, quien le enseñó a leer, escribir y conocer la historia colombiana. Su curiosidad innata y su amor por la tierra se forjaron desde temprana edad, y su fervor por el conocimiento lo llevó a mudarse a la capital, para profundizar su saber.


Rafael Uribe Uribe joven.


***

El sol descendía sobre las casas coloniales. Las paredes de ladrillo y los techos de teja adquirían un matiz brillante con la luz del amanecer. El suelo pavimentado dibujaba la sombra de las viejas casonas. Con el canto de las mirlas, las puertas empezaban a abrirse. Hombres con estilo pomposo y otros de apariencia más humilde, salían con sus maletas en mano a laborar. Las mujeres, sin quedarse atrás, apuraban el paso abrigadas en dirección a la iglesia. Algunas se encontraban en el camino y, cogidas de gancho, adelantaban las noticias y los chismeríos del momento.


El olor de las calles bogotanas de 1877 era particular, olía a nostalgia, a Europa, a frescor, y a pan. Sobre ese piso empedrado llegó Rafael Uribe Uribe. Con acento antioqueño y postura altiva, caminaba por las calles observando a los gentíos, unos vestían de sombrero alto y zapatos de charol, otros pantalón de tela, camisa y ruana de algodón. Las mujeres caminaban en un tono alegre con trajes de cuello alto y la mayoría llevaba entre sus manos un himnario.


Detalló la Plaza de Bolívar, la Catedral y las Galerías de urrubla. Reparó en el número de comerciantes, y terminado su recorrido, caminó hacia el Colegio del Rosario. Sus paredes blancas y sus arcos en la entrada armonizaban con la arquitectura de la ciudad. Los jóvenes que los atravesaban tenían aspectos brillantes en sus rostros. Para Uribe no era más que el reflejo de las ansias por el conocimiento. Así quería verse él. Que el entendimiento de la jurisprudencia lo iluminara para que luego pudiese él también iluminar a su patria, dar a cada uno lo que le correspondía. 


Antes de terminar su recorrido algo extraño sucedió. Mientras un muchacho de aspecto orgulloso cruzaba la calle, los empedrados cambiaron de color. El joven Rafael se quedó intrigado. Su vestido era corriente pero su caminar no era común. Sin propiciarlo se codearon y Rafael preguntó por su nombre. “Antonio José Restrepo” respondió. No era Rosarista, pero también estudiaba derecho. Tomaron un café, y discutieron. Con el tiempo se les unieron otros más. Antonio José Uribe, Maximiliano Grillo y Ricardo Tirado, todos paisanos.


Sin imaginarlo, Uribe Uribe se encontraba rodeado de sus compañeros de estudio, amigos y combatientes, mano a mano, en las futuras batallas. La mayoría andaba con sus ruanas, aunque preferían usar prendas livianas. En las tardes, después del estudio, se reunían para conversar, una, dos, tres rondas de café. En su rostro, apenas la sombra de un bigote. Sin embargo, cualquiera pensaría que eran hombres de gran experticia debido a su buen hablar y las ideas que discutían. 


Una tarde llegó a la conversación la idea de tener un periódico, otra tarde la de hacer parte del parlamento y otra la de generar estrategias para fortalecer las relaciones internacionales de Colombia. Parecía que solo tenían ideas intrépidas, pero sus discusiones forjaban en ellos un carácter distintivo, se afirmaba una lucha común: defender las ideas liberales ante una nación que los reprimía y pelear por los derechos de las minorías. Uribe Uribe, especialmente, gozaba de la vida de estudiante pero pensaba en su tierra y en la vida digna que quería darle a cada quién allí.


Fotografía tomada en1877 del Parque Santander de Bogotá.



Las mirlas siguieron cantando y llegó el 24 de septiembre de 1880. Ese día el cielo bogotano estaba despejado, pintaba azul claro. Rafael se puso lo mejor que disponía. Gracias a su figura proporcionada y a su altura, cualquier atuendo le lucía. Nervioso y con agilidad se condujo a los arcos de la Escuela del Rosario. Sabía que cuando volviera a salir muchas cosas cambiarían. Cruzó la calle y atravesó las puertas. Allí recibió en sus manos el diploma de abogacía. Aunque era hombre serio, su mentón y sus mejillas pronunciadas dibujaron una curva hacia arriba. Al salir, ahora contaba con el título de legista, mediador y defensor.


El abogado Uribe Uribe se tomó unos días en la nublada metrópoli, luego resolvió retornar a su tierra. Después de varios años de estudio era tiempo de ver a su familia. Al pisar la hacienda “Morillo” la gente lo recibió con gran festejo. Sus hermanas organizaron una fiesta y la prensa excitada lo rodeó. Por ese tiempo Rafael se dedicó a disfrutar de su familia, a galopar por las praderas del Cauca y a los deberes agrícolas. Allí recordó su infancia. Eran los arbustos, era el polvo, el lodo y la greda lo que hacía que Rafael se encontrará a sí mismo. Sus manos en la tierra agudizaban sus oídos, pues sentía, escuchaba la voz de su patria en las raíces de los cafetales.


No pasó más de un año cuando dejó la hacienda para disponerse al servicio del Estado de Antioquía. De mañana tomó el ferrocarril y se dirigió a la ciudad de Medellín. Allí lo contrataron como maestro. En 1881 comenzó a dictar cátedras de Derecho Constitucional, Economía Política y Educación Física. La Universidad de Antioquía estaba siempre agradecida. Por alguna razón este profesor no hablaba solo desde el conocimiento, sino desde las entrañas, como si hubiera conocido su patria desde el intelecto y desde su propia alma, como si sus tendones, nervios y músculos hubiesen conversado con la tierra de la que se proponía hablar. 


Pero la temporada de educador también llegó a su fin. A los pocos años quiso volver a ejercer con las manos. Lo que parecía estar en la conversación con sus colegas universitarios Rafael lo pondría en obras. En 1884 fundó su primer periódico llamado El Trabajo, el hombre no solo era gallardo en las leyes y en las armas, también en las letras y en las palabras. Con el tiempo la pluma de Uribe Uribe se fue afilando a través de su pensamiento letrado. Y con sinceridad y escrutinio puso en la imprenta las ideas más sagaces y directas que defendían al liberal y a la clase trabajadora. 


Ese mismo año, las cosas se complicaron. Rafael Núñez, líder del Partido Nacional, ganó las elecciones presidenciales por segunda vez. Sin embargo, en esta ocasión impuso La Regeneración, un movimiento político que transformó la sociedad y la organización colombiana. Con ello, el periodo presidencial se incrementó, la administración pasó al centralismo hegemónico, se restableció la pena de muerte y el presidente se convirtió casi en un "monarca absoluto". Tales reformas abolieron la Constitución de 1863, uno de los objetivos que anhelaba el conservatismo, y su implementación provocó la indignación de los liberales radicales.


El odio entre los partidos saturó de violencia el territorio nacional. Las decisiones que tomaban los líderes radicales y conservadores estaban impulsadas por las ambiciones políticas y el resentimiento. Núñez se entregó al conservatismo para alcanzar el poder. La persecución, los crímenes, la calumnia y el juicio arrasaron a sus oponentes. El radicalismo se vio vencido en 1885, lo cual resultó en innumerables torturas por parte del partido conservador. Rafael Uribe Uribe no fue inmune a los ataques del gobierno, por el contrario fue víctima de sus estrategias.


Los dos principales partidos en conflicto eran el Partido Liberal y el Partido Conservador. Los liberales radicales luchaban por la descentralización, el federalismo, las libertades individuales y el laicismo, mientras que los conservadores defendían el centralismo, la autoridad de la Iglesia Católica y un gobierno fuerte y autoritario. Estas diferencias ideológicas generaron un clima de constante tensión y violencia.


***

Rafael, siendo hombre inquieto y de carácter firme, alternó su trabajo editorial con cargos estatales. Su tierra antioqueña gozaba de los pasos e ideas imponentes del diplomático pensador. Por sus venas recorrió la justicia que anhelaba impartir por medio de las leyes y su vida política se hizo notoria cuando llegó al cargo de procurador general del Estado. A pesar de ello, el 20 de septiembre de 1884 la institución estatal se llevó una gran sorpresa. Con su mano estrecha Uribe Uribe entregó un documento al presidente del Consejo. Uribe Uribe servía a la nación, no a la remuneración y la corrupción del Estado para él no sería tolerada.


Después de su renuncia, se dedicó a la política impresa. Al poco tiempo tomó sus armas y cabalgó con bandera roja hacia las trincheras por la causa liberal. Dispuesto a ofrecerse a la Revolución del 85, se le otorgó el mando del batallón “Legión de Honor”. Su pierna derecha recordó las heridas de una bala alcanzada en la batalla de “Los Chacos” de 1876. El 4 de marzo de 1885, frente a la emboscada del general Benigno Gutiérrez, Uribe resolvió derrotar al jefe conservador antioqueño, no obstante, el desánimo de sus soldados le trajo graves consecuencias.


La marcha de un caballo hizo el llamado de formar en filas al batallón. El joven Uribe Uribe bajó de la bestia y sorprendido por la arrogancia de sus rostros preguntó quién de los hombres no estaría dispuesto a seguirlo en batalla. Entonces un hombre de apellido Gómez salió de la fila para hacerle frente. Movilizar a las tropas para atacar al conservador antioqueño fue difícil por la oposición a su autoridad, sin embargo en ese momento entendió que Resurrección Gómez había sido el sembrador de la anarquía. Tres veces le insistió en seguirle y tres veces Gómez le rechazó. Entonces Uribe Uribe tomó su arma y le disparó.


Terminada la guerra disolvió su ejército y la oposición no tardó en difamar el nombre de Uribe Uribe. Los medios anunciaron que Rafael, líder liberal, era un asesino. Silenciaron la prensa y usaron el suceso de Gómez para encarcelarlo. Estuvo 10 meses en prisión, sin embargo el general Uribe Uribe no sería limitado por el presidio. Aprovechó sus días para traducir el trabajo de Herbert Spencer, adaptó un texto de geología, escribió el Diccionario Abreviado de Galicismos, Provincialismos y Correcciones de Lenguaje  con trescientas notas explicativas, y le quedó tiempo para escribir su propia defensa. Del 7 al 11 de febrero de 1886 fue su juicio y salió libre. A pesar de las injurias retomó la imprenta y el periódico El Trabajo encabezó una nueva campaña por la agricultura.




Durante el siglo XIX en Colombia, la gramática se usó para determinar quién ostentaba el poder. La nación tenía una política ideológica, por lo que se debían invertir esfuerzos en educar a la sociedad. El dominio de la lengua era un componente muy importante en la hegemonía conservadora, cuestión que Uribe Uribe logró dominar y utilizar como herramienta de resistencia. El Diccionario Abreviado de Galicismos, Provincialismos y Correcciones de Lenguaje es un trabajo de oposición, lucha y defensa que responde al diccionario de la lengua española escrito por Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, a este último le dedica el escrito. Uribe Uribe critica este texto por su complejidad, al considerar que respondía a las ideas burocráticas de que solo los más intelectuales podían continuar en los caminos del saber. El diccionario del General Uribe Uribe estaba escrito para que cualquiera pudiese ser instruido en la lengua, y así levantar a un pueblo que pudiera gobernarse en lugar de ser gobernado.




La Constitución del 86 amordazó los periódicos liberales y estableció penas económicas a los rebeldes. Promovida por el presidente Núñez y escrita por Miguel Antonio Caro, el artículo K forzó el silencio de la prensa liberal, entre ellas, El Trabajo. Uribe Uribe no se descompuso. Por el contrario, buscó colaborar con otros pensadores. En 1891 escribió en El Espectador junto a Fidel Cano, con quien entabló amistad entre los pasillos de la Universidad de Antioquía. Caminando por los salones discutieron la importancia de los derechos individuales, la osadía de instaurar un socialismo sindical y otros dilemas relacionados a discusiones nacionales e ideológicas que plasmaron en la prensa. Núñez fue reelegido y en 1894 Miguel Antonio Caro lo sucedió tras su muerte. El rol autoritario de Caro contra el partido liberal continuó con la persecución de los conservadores contra los radicales. Clausuró imprentas y expulsó a periodistas radicales. Uribe Uribe fue encarcelado durante dos ocasiones entre 1893 y 1895, sin embargo, aún después del aprisionamiento injustificado, en 1896 llegó a ser el representante a la Cámara por el Partido Liberal, único entre más de 60 conservadores.


Las batallas en el parlamento no eran bélicas sino del intelecto. Un día el General Uribe llegó al congreso argumentando a Caro que él no era el único que sabía latín, después citó un proverbio, Nunqua es fide cum potente socia”, a lo que Caro respondió “¡Horror, horror! Cuando ustedes quieran hablarme en latín les ruego que pronuncien bien las sílabas finales”.


Uribe no solo fue la fuerza intransigente de los liberales en el parlamento, también fue testigo de los cambios ideológicos que pedía con urgencia el partido, por eso, se convirtió en la persona encargada de cimentar las ideas modernizadas del liberalismo que buscaban el desarrollo económico y legal de la nación. Entre ellas, un cambio en la tenencia de propiedades que mejorará las condiciones de la clase trabajadora, el uso de ciertas tierras baldías para la producción, y la fijación por los bajos impuestos en favor de los campesinos.

En 1896 colaboró en el periódico El Relator y en 1898 en la co-fundación del periódico El Autonomista. 


***

La nación se enfrentó a una profunda crisis económica, y el malestar social generado por el movimiento de La Regeneración llevó a los radicales a tomar las armas en un intento desesperado por asumir el poder. El 12 de noviembre de 1899, el general Rafael Uribe Uribe decidió empuñar las armas y lanzar un audaz ataque sobre Bucaramanga, desencadenando así una de las guerras civiles más sangrientas de nuestra historia. Jóvenes, niños y trabajadores inexpertos en el manejo de las armas, lo siguieron con determinación para dar batalla. Sin embargo, la falta de experiencia militar de estos jóvenes, resultó en una devastadora cantidad de bajas en el ejército liberal. A pesar de esta derrota inicial, en diciembre de 1899, el tenaz general Uribe Uribe consiguió una victoria crucial para los liberales en el río Peralonso. Este triunfo le valió el glorioso sobrenombre de "El Héroe de Peralonso".


En mayo de 1900, un mes recordado por la inmensa cantidad de muertos, Uribe Uribe, junto a sus compañeros Benjamin Herrera, Gabriel Vargas Santos y Luis Ulloa, soportó quince días de intensas batallas que resultaron en la trágica cifra de 2,500 asesinados en el campo de batalla.


La Guerra de los Mil Días, un enfrentamiento feroz entre el gobierno del Partido Nacional organizado y los liberales no entrenados, cobró la vida de más de cien mil personas. Esta sangrienta contienda dejó una marca imborrable, recordándonos hasta el día de hoy el alto precio de la lucha por el poder.


Frente a los continuos enfrentamientos y una guerra que parecía no tener fin, en 1901 el General Uribe Uribe hizo un llamado a la paz. Sin embargo, a pesar de su insistencia, la propuesta fue ignorada debido a la presencia de José Manuel Marroquín, el presidente que llegó al poder por un golpe de estado y que intensificó la guerra mediante la persecución a los liberales. A pesar de las dificultades para alcanzar un acuerdo, el 24 de octubre de 1902, Rafael Uribe Uribe buscó una solución al conflicto firmando los acuerdos de desmovilización de ejércitos junto al general Florentino Manjarrés. Este fue un primer gran paso para poner fin a la guerra. Finalmente, el gobierno accedió al acuerdo y el ejército liberal comenzó su desmovilización. El conflicto resultó en graves consecuencias económicas para la nación, incluida la posterior pérdida del canal de Panamá en 1903 advertida por el líder liberal.




Carta dirigida de un copartidario al General Rafael Uribe Uribe, desde Roma hacia Nueva York en mayo de 1901, apoyando su manifiesto por la paz.



El manifiesto de paz propuesto por el general Uribe Uribe fue recibido como un acto de honor por sus partidarios, quienes valoraron su decisión de priorizar la lucha por la paz sobre la continuación del sufrimiento de la nación. Después de la guerra, el general fue nombrado Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de Chile, Argentina y Brasil. En 1911, fue elegido senador por Antioquia y Caldas, y ese mismo año fundó el periódico El Liberal.


A pesar de sus innumerables contribuciones, su incansable lucha por el pueblo, y la persistente búsqueda por la paz nacional después de la Guerra de los Mil Días, Rafael Uribe Uribe no tuvo el final que merecía un hombre de su integridad. Fue asesinado a los 55 años en un brutal ataque con hachazos, sufriendo una muerte lenta y dolorosa. El hombre que había sobrevivido a balas y heridas en tres guerras civiles, murió a manos de dos asesinos que lo convirtieron en un mártir liberal.


Hoy, una estatua en su honor se erige en el Parque Nacional Enrique Olaya, aunque pocos reconocen su legado. Sin embargo, su memoria perdura en los cafetales de Antioquia, las montañas de Caldas, el río Peralonso, y entre los jóvenes y niños trabajadores que dieron su vida en las batallas que él lideró. La tierra colombiana guarda su sangre y su nombre está indeleblemente marcado en nuestra historia, una que se sigue contando con la herencia de sus ideas.






 

 

 

 

 


 
 
 

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